viernes 24, septiembre 2010

Lectores

El honor como modo de vida

*Por el Dr. Facundo Maldonado

PROLOGO, por Javier Antonucci

El Dr. Facundo Maldonado, además de un excelente profesional, es un amigo y al recibir sus reflexiones sobre un tema que creo por demás importante, sentí que era mi obligación compartirlo con cuanta persona estuviese interesada en leerlo.
Las reflexiones sobre honor, principios, buenas costumbres, derechos humanos, etc. son aquellas que nos ayudarán a delinear nuestra identidad como sociedad, sin importar recetas extranjeras.
El desafío que se nos presenta es el de conocernos, y la reflexión, la educación y la cultura, son aquellas herramientas que creo más afines con este propósito.
Agradezco este espacio y especialmente la posibilidad de su publicación, y espero lo disfruten tanto como yo.

El honor como modo de vida

Como siempre que intentamos echar algo de Luz sobre un tema, comenzar definiendo el concepto es una buena idea.  De esta forma, de todas las definiciones de Honor que podemos encontrar, prefiero rescatar aquella que recita que  “El Honor es un concepto ideológico que ha funcionado como justificación de las relaciones sociales en muchas civilizaciones”.
Este concepto específicamente cumplió esa función durante un gran período de la historia de la civilización occidental, con conceptos precedentes en la Antigüedad clásica grecorromana y en los pueblos germánicos, llegando a una alta codificación desde la conformación del feudalismo de Europa Occidental en la Edad Media.  Continuó operante en las sociedades de Antiguo Régimen (la Edad Moderna en Francia, España, etc.) mientras la nobleza siguió siendo clase dominante en la sociedad estamental.  El concepto pervivió en formaciones sociales históricas que se convierten en sociedades de clase o burguesas (Inglaterra) durante la Edad Contemporánea; pero su función es ya otra, evolucionando hasta la concepción actual, donde el concepto de Honor se funde a veces con otros (como los relativos a la propia imagen o a la dignidad individual), o lo que es aun más confuso, se funde o fusiona el concepto de Honor con el Honradez, hidalguía u honra, a lo que nos referiremos más adelante.
Una de las concepciones más extendidas de Honor, es aquella que basa el Honor en el Respeto. Esto es, el Honor de una persona consiste en ser lo que es y en ser reconocido y respetado por lo que es.  Personalmente, me parece que esta concepción resulta incompleta.  Honor debe ser diferenciado de fama, notoriedad, destaques o reputación. 
Personalmente, prefiero pensar que el Honor no se afirma sobre el respeto sino que impone Respeto y, en las personas con Honor, este Respeto trasciende la fama, o la reputación que su accionar cotidiano haya podido prodigarles.
Otra discusión muy extendida sobre este tema, tiende a alinear el concepto de Honor con las conductas socialmente aceptadas en una sociedad determinada, en un momento histórico determinado.  De esta forma se sostiene, por ejemplo, que no se puede analizar el Honor bajo el mismo prisma en la Inglaterra de la Revolución Industrial que en el Japón Imperial, o en los países árabes de hoy.
Nuevamente, tengo mis reservas personales sobre este punto. Tomar este axioma como correcto completamente, implicaría reconocer que  hay barreras para el reconocimiento del Honor, dependiendo de la época o sociedad que analicemos.
Si tomáramos esta noción como cierta,  sería muy complicado comprender por qué razón reconocemos Honorabilidad a hombres aun a aquellos que tienen una escala de valores diferente, ya sea por su cultura, o por su religión, o por la época que les tocó vivir.
Para nuestra concepción, el Honor trasciende condiciones sociales, económicas, y jerarquías.  Honor y Respeto son,  valores que no se dejan encadenar a estructuras convencionales.
El materialismo histórico nos habla de “estructura” y “súper estructura” para intentar explicar los pasos de evolución de la Sociedad.  Para algunos de nosotros, el Honor está en un nivel superior a la Súper Estructura, por cuanto creemos que el Honor es parte inseparable e inherente a la más noble condición humana.
Esta creencia implica, por lo tanto, que el Honor, aun cuando cambie en su contenido, es inseparable en concepto aun entre personas de distintas culturas, civilizaciones, o etapas históricas.  Intentamos de esta manera, separar el concepto y la definición de Honor, de su ejemplificación concreta en un periodo histórico determinado.
Ahora bien, el tiempo invertido hasta aquí nos demuestra lo complicado que ha sido, y aún es, lograr una definición clara de Honor.  Esto se debe a que, necesariamente, el Honor es una virtud “autorreferencial”, o, expresado en otros términos, se explica por sí mismo.  Por eso mismo es tan difícil definirlo.
De todas formas, se comprende por qué todo lo relativo al Honor se vuelve un circulo recurrente, donde siempre rondan los mismos términos, tantas veces tan livianamente utilizados: somos dignos de respeto si nos comportamos con Honor y nos hacemos Honorables respetando nuestra propia dignidad.
En esta época de palabras fáciles, se sostiene que la dignidad es atributo inherente a la razón humana.  Si bien se puede compartir el concepto, es importante también resaltar que como todo derecho, es necesario ejercerlo para merecerlo.
Quien no se respeta a sí mismo, no puede ser respetado.  De igual modo, es imposible rendir Honores a quien carece de Honor, o respetar la dignidad en aquellos que carecen de dignidad.
El Honor, funciona también como un espejo.  Esta en uno mismo, pero al mismo tiempo, se reconoce en el otro.  De igual forma, es un espejo extraño, por cuanto se reconoce cuando se ve, pero no se refleja automáticamente en el otro por el simple hecho de poseerla uno mismo.   Ken Folett solía decir que “La virtud está en uno mismo sólo si se la cultiva y se la ejerce. Y se reconoce en el otro sólo si el comportamiento de este otro permite inferir una virtud similar.”
De tal forma, el Honor es el que se basa en el comportamiento cotidiano.  Sin una aplicación cotidiana, natural y permanente del Honor como parte integrante de nuestras vidas, se tergiversa el sentido del Honor, y este se convierte únicamente en una fanfarroneada, destinado a ser mostrado hacia fuera, en vez de asimilado hacia dentro, y reconocido por nuestros pares.
En estos tiempos de posmodernismo salvaje, donde todo pareciera pasar por lo que se tiene, y no por lo que se es, el Honor resulta un concepto añejo. De igual forma, se lo suele vincular al cumplimiento de las obligaciones, como si el simple hecho de cumplir con nuestras tareas fuera una maravillosa concesión que nos debiera hacer sentir orgullosos.
Que un funcionario público sea honesto, y ponga todo su empeño y esmero en servicio a sus semejantes, no es Honorable.  Es su obligación.
Que un médico atienda a sus pacientes, de manera sagaz y precisa, dando todo de sí, no es Honorable.  Es su obligación.
Que un ciudadano pague sus impuestos, un estudiante cumpla con sus estudios, un militar defienda a su Nación o un docente enseñe,  es simplemente cumplir con su obligación.
Y cumplir obligaciones, no es lo mismo que cumplir con nuestro deber.  Cumplir con nuestras obligaciones no nos hace Hombres de Honor.  Es lo mínimo que se debe hacer, y poco es para sentirnos orgullosos.
Cumplir con nuestro deber, en cambio, superando nuestra obligación, eso nos convierte en Hombres de Honor.  En otras palabras, las personas “responsables” cumplen con sus obligaciones, mientras que  las personas de Honor cumplen con su deber.
Pareciera un juego de palabras, pero la diferencia es gigantesca.  Una obligación es algo que le “debemos” a los demás, y esa obligación termina en el tiempo, o la hacemos por una contraprestación, generalmente en dinero.  Un deber, en cambio, es aquello que se hace independientemente de que exista una contraprestación.
 El deber se hace por qué se siente, por que “sí”. Porque uno es de determinada manera, con determinada “matriz”, y está dispuesto a no realizar algunas acciones, aunque estén toleradas por los usos, las “costumbres”, o incluso por la Ley.
Un Hombre de Honor no hará algo solo porque los demás lo hacen, la Sociedad lo tolera, o las leyes lo permiten, porque sus usos y costumbres, sus reglas sociales, y sus Leyes, las brinda su conciencia, las construye su dignidad, y sobre ellas se basa su Honor.
 Séneca decía que “el Honor es aquello que prohíbe las acciones que la ley tolera”
Para un verdadero hombre de Honor, el sentido del deber es mucho más amplio que el de la obligación. Para el Honor, es generalmente mucho más importante lo que el deber manda que lo que prohíbe.
Rescatar el sentido del Honor, cumpliendo nuestro Deber, rescatando la Dignidad humana como la base fundamental sobre la que se construya nuestra escala de valores, es probablemente la mejor forma de alcanzar la coherencia.
Y es esta coherencia la que nos permitirá superar el simple hecho de cumplir nuestras obligaciones, para lograr cumplir con nuestro Deber.
Debemos creer que está en nosotros mismos superar la eterna dicotomía entre el “Ser” y el “Deber Ser”.  Lo que para muchos resulta hoy “excepcional”, como cumplir obligaciones, para un Verdadero Hombre de Honor, es insuficiente.
Es por esto que hoy, en estos tiempos donde las líneas entre lo correcto y lo incorrecto se desdibujan, y donde el nivel se ha rebajado tanto que quien simplemente cumple sus obligaciones es  considerado “extraordinario”, es que todos debemos rescatar en el concepto de Honor y en el cumplimiento de nuestro deber, las más altas tradiciones que nos permitan superarnos a nosotros mismos, y de esta manera ser mejores herramientas para transformar nuestras vidas, nuestras familias, y la Sociedad en la que nos desenvolvemos.

Dr. Facundo Maldonado




 
 
 
 
 
 
 



 
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