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22 DE SEPTIEMBRE DE 2009
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En Lagomarsino, en el límite con Escobar

Insólito: en un barrio pobre hicieron una cancha de golf con palos de plástico y envases de Tetra Brik

Juegan unas 50 personas, entre ellos varios chicos de bajos recursos. Les enseña un joven desocupado que aprendió de un caddie. Ahora tienen 4 palos, pero empezaron con fierros que sacaban de un taller mecánico y pelotitas que volaban desde algún country. El Municipio se comprometió a ayudarlos y mantener el predio.

¿Fruto de la integración? No, todo lo contrario. Es el resultado de la más marcada diferencia que en Pilar sigue poniendo de un lado a los ricos y del otro, bien lejos, a los pobres.
Esos pobres que con la ñata pegada al alambrado, o oteando por entre los paredones ven como de un lado “los reyes” juegan su juego, el golf. Y como del otro, en donde ellos mismos se paran, hacen todo lo posible por parecerse, identificarse. Pertenecer.
Hace un año se apagó la vida de Fernando Enrique. A él, un vecino del muy humilde barrio de Ovejero, en la localidad de Maquinista Savio, Escobar, lo mataron en una pelea callejera, de esas que llenan de sangre absurda el día a día del conurbano. Tenía 24 años y laburaba de caddie en la cancha de golf del Jockey Club de San Isidro. Enrique dejó un legado deportivo insólito: un “club” de golf en su barrio que es un mundo de carencias.
La cancha está ubicada en un extenso terreno baldío de 600 metros por 150, lleno de charcos y bolsas de nylon que en algunas partes le dan aspecto de basural, y lo dirige el que era su amigo del alma, Ezequiel González, pintor desocupado de 22 años. González aprendió hace casi una década, gracias a Enrique, a “quebrar la muñeca, abrir las piernas, arrastrar el palo hacia atrás, girar los hombros y volver al cielo”.
El “club”, al que ahora bautizaron Línea Golf Club –Línea era el apodo de Enrique– de club sólo tiene dos cosas: la voluntad de llamarlo así de los que lo fundaron, y lo más importante: un inmenso espíritu deportivo. No hay ni perímetro, ni vestuarios, ni un solo cartel. Los banderines son cajitas de vino en cartón tetra clavadas en palos de madera o metal, y los greens tienen el pasto corto, pero sólo de tanto pisarlos. Palos tienen sólo cuatro, regalo de un caddie.
“Esto empezó con fuerza hace dos años, la gente se acerca por curiosidad, al principio les pegábamos a las pelotitas con fierros que agarrábamos de talleres mecánicos”, cuenta González, que pese a no tener trabajo, se las arregla para jugar con onda de golfista: pantalón de vestir, camisa a cuadros, suéter bordó con cuello en V, zapatos. Todo medio gastado pero la impronta está. La movida prendió fuerte en el barrio. Ya juegan al golf más de quince chicos, veinte jóvenes y también algunas personas mayores que fueron caddies y que se pasan por el club cada tanto para recordar el swing de otros tiempos. González es el que da las clases.
Hay una membresía simbólica y un handicap que se les asigna a todos los jugadores. “Cuando jugábamos con Fernando, lo hacíamos por gaseosas o para evitar prendas, como que el que perdía, se ligaba tres chirlos en la mano”, recuerda triste González, con los ojos en el pasado. La cancha –un terreno municipal que pertenece a Pilar (Ovejero, cruzando una calle, es Escobar)– está rodeada por un barrio de policías y por un barrio cerrado. El gran temor de todos es que finalmente se termine construyendo otra urbanización y chau cancha. “Ojalá que no nos la saquen, porque yo me la imagino de acá a unos años mucho más linda. Con pinos, álamos, sauces, lagunas”, dice González, esta vez con los ojos en el futuro.
El jueves llueve pero la cancha no está vacía: cinco nenes y tres muchachos están jugando. “Es que acá venimos aunque truene”, dice Matías Franco, de 18, que como González está desocupado. Franco le pega espectacular, en dos golpes llega a un hoyo a trescientos metros. Junto a él está Simón Verón, de 21. Está vestido con el look símil Bronx que prendió en el conurbano, pantalones amplios y buzo negro con capucha que no se saca nunca. “Cuando tengo un ratito libre, me vengo. Me gusta porque es un deporte que caminás y encima me queda aquí nomás y no estás en la calle”. Ése es el problema lógico: la calle. Y jugar al golf en la cancha potrero puede ser una solución.
“Es el objetivo. Los que están en la calle conocen la droga, tal vez empiezan a robar. Acá se despejan y aprenden una filosofía mejor. Por eso las familias nos agradecen”, señala González. Y agrega: “Yo al golf lo amo. Mis ídolos son los que llegan a representar al país, como Cabrera o Romero”.
Ángel, un pibito de diez años que hace tres semanas anda lidiando con los palos, no le da tantas vueltas: “Vengo porque en casa me aburro”.
Los golfistas en la pobreza son conscientes de que se volvieron fanáticos de un deporte que proyecta una imagen inaccesible de entretenimiento para señores y señoras pudientes que caminan parques impecables. Igual, no es algo que los desmotive. Por el contrario, quieren que el golf deje de ser considerado deporte para unos pocos. “Lo que hacemos en nuestro barrio nos gustaría que lo empiecen a hacer en otros. Que les llegue la noticia de lo lindo que es tener un territorio para jugar al golf. Que se diluya eso de que es para ricos. Los pobres lo tenemos que tomar como propio y hacernos fuertes”, sostiene González. Ni él ni ninguno de los otros golfistas de Ovejero pisaron nunca una cancha de golf verdadera. “Debe ser una sensación fabulosa”, dice abstraído, sintiéndose por dos segundos en una. Al Línea Golf Club le hace falta de todo, desde rastrillos hasta palos de golf.
La Municipalidad de Pilar se comprometió a mantener el predio y a apurar las tramitaciones para que Línea Golf Club sea una entidad con todas las letras.

 

Fuente Diario Crítica

 

 
 
 
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