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Análisis
¿Siempre nos preocupó el ambiente?
Por María Rosa Batalla
Licenciada en Información Ambiental
Universidad Nacional de Luján
La interiorización por los problemas ambientales, el interés por saber cómo funcionan los ecosistemas, el compromiso con los residuos que generamos, la gravedad de los impactos ambientales que la actividad humana produce sobre el medio no siempre fueron temas que desvelaron a la sociedad.
Desde la confusión que genera el uso de distintas palabras como “ecología” y “medio ambiente” para el mismo concepto, a la instalación de una agenda pública ambiental en todos los niveles de decisión, hemos recorrido un largo camino, pero aún es insuficiente.
En un principio, la humanidad creyó que los bienes de la naturaleza eran inagotables, que no había necesidad de preservarlos, usarlos racionalmente y ni siquiera se pensaba en la necesidad de crear normas e instituciones para su resguardo. De la mano del progreso y del desarrollo económico, esta manera de relacionarnos con el ambiente ha ido cambiando sustancialmente.
Desde el ecologismo profundo (conservacionismo) se insistió en la necesidad de que la naturaleza no fuera modificada, que se mantuviera prístina, inalterada a toda costa. Esta postura se opone al uso irracional de los recursos mediante una forma extractiva, propia de la minería, de todos los bienes de la naturaleza. Mientras tanto un humo negro y denso salía de las chimeneas, típica estampa de la revolución industrial, se erigía como signo del desarrollo y el crecimiento de las naciones.
Hoy, con bases científicas y con años de estudio y seguimiento de estos fenómenos estamos en condiciones de afirmar que no existe actividad alguna que la sociedad realice sobre el medio (ambiente) que de una u otra manera no impacten sobre él. La ingeniería, la bioquímica, la geología, las ciencias de la atmósfera, el derecho, la economía y todas las más recientemente reconocidas ciencias ambientales, están a disposición de la sociedad actual para minimizar esos efectos. En su mayoría son predecibles y evitables. Pero para ello hay que tener en cuenta que la naturaleza más tarde o más temprano nos cobrará el daño que le ocasionamos, que no distingue de fronteras, que el daño que se ocasiona aguas arriba de un río, lo sufrirán miles de kilómetros más abajo los habitantes de otros países inclusive.
Pero volviendo al actual estado ambiental del planeta cabe preguntarnos, ¿Hay solución posible, estamos a tiempo de revertirlo? En un intento de respuestas posibles podemos asegurar que para que el manejo de los recursos naturales sea racional y eficiente, para que cada proyecto que se intenta llevar adelante, no sea un perjuicio para otros miembros de la sociedad, es necesario contar con indicadores ambientales confiables que nos señalen cómo va el camino. Estos indicadores nos permitirán tener datos concretos. Serán útiles tanto a empresarios, dirigentes como a nuestros gobernantes e incluso, les facilitarán la tarea de gobernar, de tomar decisiones inteligentes y que beneficien a la mayor parte de la sociedad. Un equipo interdisciplinar será el encargado de la generación de estos indicadores.
Asimismo, el conocimiento y el cumplimiento de las normativas ambientales (que existen y pocas veces son respetadas) también nos asegurarán un ambiente más sano.
La capacitación de los agentes sociales (educadores, empresarios, miembros de las ONGs, funcionarios públicos y la sociedad en su conjunto) deben recibir una adecuada educación ambiental. Esta nos permitirá conocer y actuar convenientemente, de modo de no quebrar las propias leyes que la naturaleza establece.
Se trata de que se imponga la voluntad política de revertir el estado ambiental actual pero partiendo del conocimiento de esa realidad, aceptándola, mostrándola, buscando sus orígenes, sus responsables y culpables para seguir intentando el cambio, sin vanas utopías, con los pies sobre la Tierra.
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